La historia sólo menciona el año 270 como el de la muerte del santo. Fue obispo de Terni y mártir de Roma; detenido, apaleado y decapitado bajo el imperio de Claudio II. En Inglaterra se celebra la fiesta de “los muchachos y las muchachas” el 14 de febrero en homenaje a San Valentín. En Estados Unidos y otros países se le llama “día del amor y la amistad”. También se conoce en otras naciones como la fiesta de los “enamorados” y las fechas de celebración varían.
La idea de la fiesta en el fondo es la de motivar a los humanos para que, por lo menos en un día especial del año, se rinda un homenaje a la persona amada o al amigo, a la esposa, padres, hijos, hermanos, en fin, a todos aquellos que nos inspiran esos nobles sentimientos.
Si bien es cierto, el comercio en general acoge la oportunidad para ofrecer miles de productos con los cuales se obsequia a la persona querida, existe la creencia errónea de que la fiesta de San Valentín fue instituida por el mismo comercio con fines estrictamente lucrativos. La verdad es que hacer algo fuera de lo normal, dar mayor cariño, brindar más compañía, compartir los quehaceres domésticos, dar un beso, son las mejores formas de celebrar y demostrar el amor o el aprecio.
Para muchos este día es motivo de ruidosas parrandas, y eso no está mal, cada quien goza del derecho a sentirse bien y demostrar sus sentimientos como quiera. Sin embargo, la fiesta del amor y de la amistad constituye también un buen momento para reflexionar, pensar si estamos dando lo mejor de nosotros a quienes lo merecen por el solo hecho de compartir sus vidas con la nuestra. Es hora de estudiar con firmeza si hemos hecho algo por nuestros semejantes, por todos aquellos a quienes debemos esperanza y caridad, por los que luchan por sobrevivir sin tener muchas veces las mismas garantías de que nosotros disfrutamos. Amar, es dar todo de si, decía un pensador. Si lo hacemos no sólo procuraremos la felicidad de los demás, también la propia.
