Solitarios y aislados, los primeros asentamientos de europeos del norte en el Nuevo Mundo se apiñaron cerca del litoral del Atlántico. Las misiones españolas del continente sobre la costa del Pacífico y en la región que ahora ocupa México, a 4.800 kilómetros de distancia, eran desconocidas para ellos. Por el oriente, 4.800 kilómetros de furioso océano separaban a los colonizadores de su antiguo terruño. Tierra adentro, ellos encaraban una vasta, atemorizante y boscosa tierra virgen desconocida. Los colonizadores veían en aquellas soledades una fuente de peligros y también de riquezas. Las bestias peligrosas implicaban una seria amenaza para quien se aventurara a salir de los asentamientos. Había muchos nativos y su reacción ante la súbita aparición de nuevos colonizadores era impredecible. A veces, guías y exploradores desaparecían en la inmensidad de los bosques.
Aun cuando las tierras vírgenes atemorizaban a los primeros colonizadores, también los atraían: proporcionaban una fuente de riqueza en madera para la construcción, y en combustible. En muchas regiones la caza era abundante; castores, zorros y otros animales pequeños suministraban valiosas pieles que se vendían en Europa.
Los exploradores que regresaban del interior del continente hablaban de altas montañas, grandes valles fértiles, llanuras cubiertas de pastos, impetuosos ríos y lagos tan grandes como mares interiores. Los destinatarios de esos relatos, y también los que acertaban a escucharlos, sentían que la riqueza y los recursos del Nuevo Mundo no tenían límites. Todo lo que se necesitaba era valor y trabajo arduo pare crear un paraíso en la Tierra.
La nueva frontera
La gente emprendía el difícil y peligroso viaje a América por muchas razones: algunos por ir en pos de aventuras; otros porque codiciaban el oro y la plata; muchos más para huir de la opresión o para tener libertad de practicar su religión. Más allá de esas razones, bullía el impulso adicional por encontrar un espacio vital. Muy pocos colonizadores podían aspirar a ser propietarios de tierras en Europa. Sin embargo, en América, la tierra parecía estar disponible para quien la tomase. Varias oleadas de colonizadores sedientos de tierras fundaron granjas y haciendas en el bosque primigenio. Este era tan vasto y sobrecogedor que cada sitio que se llegaba a despejar se consideraba una victoria en “la domesticación de la selva”. No obstante, después de talar los árboles y retirar los matorrales, los colonizadores se encontraban a veces con suelos rocosos o pobres en nutrimentos. Muchas zonas de Nueva Inglaterra, la región que hoy conforman Massachusetts, Maine, Connecticut, Rhode Island, New Hampshire y Vermont, tienen suelos gruesos y superficiales; los inviernos son crudos y la temporada de cultivo es corta. En tales condiciones, la agricultura resultó difícil y desalentadora para los pioneros en gran parte de Nueva Inglaterra y en algunas regiones de New York, New Jersey y Pennsylvania. Después de años de lucha, algunas personas vendieron sus granjas o las abandonaron y emigraron hacia el oeste en busca de tierras más fértiles.
Más al sur, en lo que hoy son los estados de Delaware, Maryland, Virginia, Carolina del Norte y del Sur, y Georgia, el suelo solía ser más rico. Salvo por algunas áreas costeras pantanosas, todo el suelo se compone de arcilla amarilla rojiza. En los albores de la época colonial aquellos suelos eran muy fértiles. La larga temporada de cultivo, la lluvia abundante, el clima cálido y la tierra relativamente plana hicieron que la región costera del sur fuera ideal para ciertos cultivos comerciales. Entre estos se incluyeron, en esa época, tabaco, arroz, caña de azúcar, maíz, y algodón. A mediados del siglo XVII saltaba a la vista que esos cultivos podrían producirse más económicamente en grandes fincas o plantaciones, empleando el trabajo de esclavos.
Muchas granjas pequeñas del sur fueron vendidas pare configurar aquellas grandes plantaciones, y sus antiguos propietarios emigraron al oeste en busca de tierra fértil. A estos se unieron los nuevos colonizadores provenientes de Europa, después de pasar por las regiones próximas a la costa donde ya se habían establecido fincas.
Originalmente casi todo el suelo del sur era muy fértil, pero el continuo cultivo de plantas que lo agotan, como el tabaco y el algodón, lo privó de elementos nutritivos. Además, las frecuentes e intensas lluvias de la región tendieron a erosionar. En muchos lugares esto condujo a la reducción del rendimiento de las cosechas por hectárea. Con frecuencia, los dueños de fincas resolvían el problema de los suelos agotados expandiendo sus propiedades mediante la compra y el empleo de más tierra para sus cultivos comerciales. Las fincas se propagaron hacia el oeste.
El espíritu de la frontera
La población europea estaba dispersa en un área muy extensa de lo que ahora es Estados Unidos; la densidad demográfica era muy baja. Las granjas, ciudades y aldeas estaban muy diseminadas. Además, las granjas solían ser mucho más grandes que las de Europa, en parte porque el rendimiento por hectárea era inferior en América. Con excepción de la región próxima a la costa, las comunicaciones entre los antiguos asentamientos eran muy deficientes. Los caminos eran escasos y muy alejados de otros; además, generalmente se encontraban en pésimo estado. Hasta cierto punto los ríos hacían las veces de enlaces de comunicación, pero las cascadas y los rápidos limitaban con frecuencia su utilidad.
Al internarse en el país, el aislamiento de los asentamientos aumentaba. En busca de tierra fértil, algunos colonizadores pasaban de largo grandes extensiones que consideraban incultivables. En consecuencia, un pequeño asentamiento podía estar a cientos de kilómetros de los demás. Era factible que una familia tuviera que viajar un día completo para visitar a otra. Esta pauta de asentamiento creó comunidades fronterizas que tenóan que depender exclusivamente de sus propios recursos. Casi todo lo que usaban tenía que ser fabricado por ellos mismos. Así, crearon su propia música, diversión folclor, arte, y cultos religiosos. En este ambiente se desarrolló un espíritu fronterizo que se caracterizaba por la reciedumbre, independencia, autonomía, el interés por los demás y la desconfianza hacia los extraños. En ese espíritu había también inquietud y curiosidad.
En la larga corriente de la colonización norteamericana hacia el Oeste (de principios del siglo XVII a finales del XIX), el número de personas que vivían en la frontera siempre era minúsculo en comparación con el de los habitantes de las regiones colonizadas en el este. Sin embargo, el espíritu fronterizo siempre ha influido enormemente en todo el país. Los políticos han elogiado la vida en la frontera; en canciones y relatos se la describe en términos laudatorios. Los heroes fronterizos, como Daniel Boone, Davy Crockett y Jim Bowie, han sido admirados por generaciones. En la década de 1890, el historiador Frederick Jackson Turner aseveró que la experiencia fronteriza cinceló para siempre el carácter norteamericano. En su opinión, la geografía y el ambiente de Norteamérica, sobre todo la expansión hacia el oeste y la abundancia de tierras libres, configuraron las actitudes e instituciones. Turner escribió:
“Este perenne renacimiento, esta fluidez de la vida norteamericana, esta expansión al oeste con sus nuevas oportunidades, su continuo contacto con la simplicidad de la sociedad primitiva, aportan las fuerzas predominantes del carácter norteamericano”.
No todos los historiadores modernos concuerdan con las ideas de Turner, pero la mayoría de ellos coinciden en que la expansión de la frontera hacia el oeste tuvo una gran significación en la historia de Estados Unidos.
Muchas actitudes y valores, buenos y malos, del país actual pueden remontarse a la experiencia fronteriza. La expansión hacia el oeste intensificó el valor de la reciedumbre, la habilidad, la autonomía y la camaradería. Siempre existió un mayor sentido de igualdad en la frontera que en las regiones colonizadas desde tiempo atrás. Después de la Guerra Civil (1861-1865) muchos norteamericanos negros que habían sido liberados recientemente de la esclavitud, se trasladaron al oeste en busca de la igualdad de oportunidades. Muchos de esos negros fronterizos adquirieron fama y fortuna como vaqueros, mineros y colonizadores de las llanuras. En 1869 el territorio occidental, más tarde el estado de Wyoming, se constituyó en el primer lugar del mundo donde las mujeres podían votar y desempeñar cargos de elección popular. Debido a que los recursos del oeste parecían ilimitados, en la gente se desarrollaron actitudes y hábitos de derroche. Manadas enteras de búfalos (bisontes americanos) fueron exterminadas. Los pastizales llanos y secos (praderas) fueron mal cultivados y, en años de sequía, gran parte del suelo quedaba expuesto y el viento lo arrastraba como polvo. Las minas a cielo abierto eran explotadas y abandonadas. La frontera occidental era tan extensa y estaba tan poco poblada que se tenía la impresiín de que los recursos naturales jamás podrían agotarse o destruirse. En años más recientes, los norteamericanos han tratado de conservar mejor sus recursos. La expansión de los asentamientos europeos hacia el oeste no fue un proceso uniforme. Diversas barreras, geográficas, sociales y políticas, frenaron el movimiento hacia el oeste en varias ocasiones. En 1700 los asentamientos europeos de habla inglesa se extendían sobre la costa del Atlántico, desde el sur de Maine hasta Carolina del Sur. Aunque la mayoría de los asentamientos estaban a menos de 80 kilómetros de la costa, unos cuantos de ellos se internaban más en la tierra sobre las márgenes de los ríos.
En el siguiente medio siglo los fértiles valles fluviales de Nueva Inglaterra quedaron colonizados, así como el valle del Río Mohawk en el estado de Nueva York. Los colonizadores que iban de Philadelphia hacia el oeste talaron bosques de robles en el centro de Pennsylvania. Los asentamientos humanos se propagaron también hacia el oeste, siguiendo los valles fluviales en Virginia y, en menor grado, en las Carolinas y Georgia. Para la década de 1760 la emigración al oeste encontró su primer obstáculo importante: la cordillera de los Apalaches. Esta cadena montañosa se extiende del noreste al suroeste y, en cierto grado, es paralela al litoral Atlántico. Cuando llegaron a las faldas de los Apalaches, los colonizadores descubrieron que la mayoría de los ríos que fluían de oeste a este estaban interrumpidos por cataratas o rápidos. La expansión hacia el oeste quedó interrumpida por varios años. Después, en 1775 el explorador Daniel Boone (1734-1820) y una partida de taladores abrieron el Camino de la Selva a través de la boscosa brecha Cumberland, un pasaje natural en los Apalaches. Ese camino permitió que los colonizadores pasaran con sus mulas, caballos y ganado vacuno para poblar las fértiles tierras de lo que ahora son los estados de Kentucky y Tennessee.
Entre 1776 y 1783 las 13 colonias norteamericanas de Gran Bretaña formaron los Estados Unidos de América e iniciaron su Guerra de Independencia, la cual concluyó con el Tratado de París en 1783. En ese documento se estableció la frontera occidental de Estados Unidos sobre el Río Mississippi, que fluye desde la frontera canadiense hasta el Golfo de México, en el puerto de New Orleans.
La paz trajo consigo un gran éxodo hacia el oeste para ocupar los nuevos territorios norteamericanos entre los montes Apalaches y el Río Mississippi. El Río Ohio, que fluye desde Fort Pitt (hoy Pittsburgh) hacia el oeste hasta el Mississippi, fue una importante vía de transporte pare los colonizadores y sus mercancías.
Más allá del Río Mississippi
Por algún tiempo, el ancho Río Mississippi y el vasto y casi inexplorado territorio de Louisiana interrumpieron la expansión norteamericana hacia el oeste. Louisiana fue una posesión francesa en el siglo XVII y principios del XVIII; su propiedad pasó a España a finales de ese siglo y volvió a ser de Francia en 1800. En 1803, delegados del presidente de los Estados Unidos, Thomas Jefferson, negociaron la compra de ese vasto territorio con el emperador de Francia, Napoleón. El convenio, llamado la Compra de Louisiana (territorio que a partir del Golfo de México abarcaba haste la frontera con Canadá por el norte, y hacia el oeste haste las Montañas Rocosas) casi duplicó la superficie territorial de Estados Unidos. La totalidad o parte de los estados actuales de Louisiana, Arkansas, Oklahoma, Kansas, Missouri, Colorado, Nebraska, lowa, Dakota del Norte, Dakota del Sur, Minnesota, Wyoming, y Montana fueron adquiridos con la Compra de Louisiana.
Un mar de hierba
La Compra de Louisiana dotó también a Estados Unidos de una región geográfica muy grande y distintiva que se conoce como las Grandes Praderas. Hacia 1803, aquella era una región de tierra plana o suavemente ondulada, cubierta de hierba alta. Practicamente no había árboles, arbustos, o rocas descubiertas. Los primeros viajeros describieron esa región como “un mar de hierba”.
En general, la región de las Grandes Praderas es más seca que la del este del Mississippi. La precipitación pluvial oscila entre 103 cm. al año en el borde oriental y menos de 46 cm. al año en la porción occidental. Los veranos pueden ser muy cálidos en las Grandes Praderas (44 grados Celsius) y bastante secos. Cuando llueve en verano suele ser en forma de feroces tormentas. Las sequías e inundaciones son muy comunes en algunas partes de esa vasta región. La primavera y el otoño tienden a ser cortos; los inviernos, sobre todo en Montana, Dakota del Norte y del Sur, Wyoming, Nebraska, lowa, y Minnesota, pueden ser muy fríos: las temperatures descienden a menudo -40° Celsius. No es insólito que se produzcan terribles y huracanadas, tormentas de nieve, o ventiscas. La población de las Grandes Praderas era relativamente escasa en la época de la Compra de Louisiana. Varias tribus indígenas (principalmente Sioux, Pawnee, Comanche y Cheyenne) cazaban en esa región. A diferencia de los indígenas del este, del sur y del lejano oeste, aquellas tribus no vivían en asentamientos permanentes ni practicaban la agricultura: vivían de la cacería, especialmente del búfalo. Así pues, avanzaban junto con las manadas de esos animales.
Por más de 40 años, después de la Compra de Louisiana no fueron muchos los norteamericanos blancos que se trasladaron a las Grandes Praderas. En la primera mitad del siglo XIX la mayoría de los colonizadores que iban al oeste veían la región de las Grandes Praderas como un simple lugar de paso en su camino a las tierras más atractivas de la costa del Pacífico.
De un mar a otro mar
Mucho antes de tener noticia de la región de las Grandes Praderas ya existían asentamientos europeos sobre la costa de California. Estos fueron fundados por misioneros, soldados, mercaderes y colonizadores españoles en su viaje hacia el norte desde más abajo de lo que hoy es la frontera con México. Entre esos sitios se cuentan San Diego, Los Angeles, Santa Bárbara, San Luis Obispo, Monterey y, por último, San Francisco. Los españoles no fueron los únicos que exploraron la región de la costa del Pacífico: navegantes británicos, rusos y, después, norteamericanos, exploraron el litoral y se maravillaron ante los hermosos puertos, las altas montañas, los valles tan fértiles y el clima casi perfecto. En 1778 el capitán naval británico James Cook (1728-1779) exploró el litoral del Pacífico desde el norte de San Francisco hasta Alaska. Algunos marineros de Cook descubrieron que las pieles de nutria marina que los indígenas del noroeste vendían a US$2, se podían vender en China por cerca de US$100. Esto indujo a ingleses y norteamericanos a fundar un buen número de establecimientos comerciales en esa región. Además de estos intereses británicos y norteamericanos, Rusia también tenía pretensiones sobre la región. En 1741, Vitus Bering, explorador danés al servicio del emperador de Rusia, exploró las regiones costeras de Alaska y las Islas Aleutianas. Esas exploraciones desembocaron en la creación de asentamientos rusos en Alaska, a partir de los cuales los navíos de Rusia recorrían la costa, desde Alaska hasta California, cazando focas y nutrias marinas.
La región costera del Pacífico, que abarca desde California hasta Alaska y, tierra adentro, hasta las Montañas Rocosas, llegó a ser conocida como el territorio de Oregon. En 1803 este era reclamado por España, Rusia, Estados Unidos y Gran Bretaña. Aunque Rusia controlaba a Alaska y España a California, las reclamaciones británica y norteamericana sobre Oregon eran más fuertes: ambos países tenían establecimientos comerciales sobre la costa. Después, en un viaje terrestre desde Canadá , el explorador británico Alexander Mackenzie llegó a la costa de Oregon en 1793. Esta y otras exploraciones por tierra abrieron a los británicos el interior del territorio de Oregon. Los norteamericanos no se quedaron a la zaga, y en noviembre de 1805 los exploradores Meriwether Lewis (1774- 1809) y William Clark (1770-1838) 11egaron a la costa de Oregon al término de un viaje de dos años y medio desde el Río Mississippi.
Muchos tramperos y cazadores norteamericanos siguieron el ejemplo de Lewis y Clark, y exploraron nuevas rutas hacia el oeste. Debido a que empleaban mucho tiempo en busca de posibles pasos por las Montañas Rocosas en California y el territono de Oregon, se conocían como “montañeses”. Ellos desempeñaron un paper importante en la expansión de Estados Unidos hacia el oeste.
A principios del siglo XIX, España y Rusia desistieron de sus reclamaciones sobre el territorio de Oregon. Después, en 1818, Gran Bretaña y Estados Unidos convinieron en compartir el vasto territorio. También en 1818 la frontera entre Estados Unidos y la Norteamérica Británica (hoy Canadá) quedó establecida sobre el Paralelo 49, desde los Grandes Lagos hasta el territorio de Oregon (la vertiente oriental de las Montañas Rocosas).
Al año siguiente, en 1819, un tratado con España fijó la frontera entre Estados Unidos y la posesión española de México. En aquella época, México incluía lo que después habrían de ser los estados norteamericanos de Texas, Arizona, Utah, Nevada, New Mexico, California, y parte de Colorado. La marcha hacia el oeste fue estimulada porque el “destino manifiesto” de Estados Unidos era abarcar el continente desde el Océano Atlántico hasta el Pacífico. Sin embargo, California seguía estando bajo el firme control de México. En consecuencia, muchos consideraron que la forma más sencilla de expandir a Estados Unidos hasta el Pacífico consistía en conquistar el control absoluto sobre el territorio de Oregon.
En las décadas de 1820 y 1830, los asentamientos y establecimientos comerciales británicos en el territorio de Oregon eran los más numerosos. Por eso muchos dingentes políticos temían que los británicos pudieran controlar en forma exclusiva dicha región e hicieron grandes esfuerzos para estimular la colonización en Oregon.
Los primeros norteamericanos que iban a Oregon zarpaban en barco desde la costa oriental de Estados Unidos, rodeaban a Suramérica, pasando por el tormentoso estrecho de Magallanes y bordeaban después la costa del Pacífico. Aquel era un viaje difícil, peligroso y caro, que tardaba varios meses. A partir de 1832 algunos grupos de colonizadores viajaron por tierra hasta Oregon. De ordinario salían de Independence, Missouri, y seguían un sendero sinuoso de más de 3.200 kilómetros para llegar a su destino. La ruta terrestre a Oregon llegó a conocerse como el Camino de Oregon, pero nunca fue un solo camino bien delimitado sino una dirección general a través de las Grandes Praderas, la cual requería el cruce de ríos y el paso por montañas en lugares conocidos. Era aquel un viaje muy difícil y peligroso. Las inundaciones, sequías, ventiscas, incendios forestales, accidentes y enfermedades, así como los indígenas hostiles, ocasionaban muchas bajas entre los colonizadores. En 1843, la “fiebre de Oregon” cundió en muchos lugares de Estados Unidos. Los pobladores de muchas regiones vendieron o abandonaron sus agotadas granjas, empacaron sus pertenencias y emigraron al oeste. Muy pronto los colonizadores norteamericanos aventajaron en número a los británicos en el territono de Oregon. Algunos estaban dispuestos a aceptar la mitad del territorio de Oregon: la porción localizada al sur del paralelo 49. Esto habría ampliado hasta el Pacífico la frontera entre Estados Unidos y la Norteamérica Británica. Sin embargo, muchos otros norteamericanos exigían la totalidad del territorio de Oregon: toda la extensión del norte hasta los 54 grados 40 minutos de latitud. Ellos difundieron el lema: el “54-40 ó luchar”. En 1844 un hombre comprometido con el “destino manifiesto”, James K. Polk, fue elegido presidente de Estados Unidos. La reclamación norteamericana “sobre la totalidad de Oregon es clara e incuestionable”. Durante algún tiempo, la guerra entre Estados Unidos y Gran Bretaña parecía probable; después, en 1846, el secretario británico del exterior, Lord Aberdeen, ofreció a Estados Unidos la parte del territono de Oregon ubicada al sur del paralelo 49. Ante la posibilidad de una guerra con México, y no deseando que su país tuviera que combatir a dos adversarios al mismo tiempo, el Presidente Polk accedió. E1 15 de junio de 1846 la parte sur del territorio de Oregon (constituida por los actuales estados de Washington, Idaho y Oregon, con algunas porciones de Montana y Wyoming) pasó a formar parte de Estados Unidos.
Texas y el suroeste
A finales de la década de 1830 los colonizadores norteamericanos eran más numerosos que los mexicanos en la extensa provincia mexicana de Tejas, y hablaban de independizarse de México. Aquel deseo de alcanzar la independencia para Tejas arreció apreciablemente en 1833, cuando el General Antonio López de Santa Ana derrocó al gobierno mexicano y se autonombró dictador de todo México. Santa Ana prohibió la inmigración norteamericana en Tejas y elevó los impuestos a los norteamericanos que vivían allí. La respuesta de los texanos fue un levantamiento, en octubre de 1835, y la proclamación de la República de la Estrella Solitaria. En los inicios de la revuelta, los tejanos sufrieron varias derrotas; sin embargo, se reorganizaron y formaron un ejército pequeño y hábil. Por último, bajo el mando de Sam Houston, los tejanos derrotaron a un ejército mexicano mucho más numeroso en la batalla de San Jacinto el 21 de marzo de 1836. El General Santa Ana fue capturado y la independencia de Tejas quedó asegurada.
Muchos tejanos no deseaban la independencia; querían que su tierra formara parte de Estados Unidos. Se hicieron varias solicitudes a Estados Unidos para que anexara a la República de la Estrella Solitaria; pero todas ellas fueron rechazadas cortesmente. En consecuencia, el gobierno de la República de la Estrella Solitaria empezó a mostrarse más amigable con Gran Bretaña. A algunos norteamericanos les preocupó que ésta pudiera vincularse con la Norteamérica Británica. Por fin, en 1845, Texas se convirtió en un estado más de Estados Unidos de América. México se negó a reconocer aquella decisión y eso desembocó en muchos ataques y escaramuzas en la disputada frontera entre México y Texas. El 24 de abril de 1846, 1.600 soldados mexicanos mataron a 63 norteamericanos en tierras reclamadas por Texas. El Presidente Polk solicitó al Congreso una declaración de guerra contra México y la obtuvo. México fue derrotado en la guerra y su capital, Ciudad de México, ocupada. Algunos norteamericanos hablaron de tomar posesión de toda la República Mexicana, pero el Presidente Polk rechazó la idea. Polk deseaba que Texas quedara aceptado como parte de Estados Unidos y que se realizara la compra de las regiones de California y Nuevo México.
Un tratado de paz entre México y Estados Unidos puso fin a la guerra el 2 de febrero de 1848. En él se fijó la frontera entre Texas y México a lo largo del Río Grande (Río Bravo). A cambio del pago de US$18’250.000, México entregó a Estados Unidos las inmensas regiones de Califomia y Nuevo México, las cuales conforman los actuales estados de California, Nevada, Utah, Arizona y New Mexico.
Más allá de la parte continental de Estados Unidos, Alaska fue comprada a Rusia en 1867, y las islas de Hawai fueron anexadas en 1898. Estas dos regiones se convirtieron en estados en 1959.
Agricultores y ganaderos
El oro se descubrió en California en 1848, pero la mayoría de los norteamericanos no se enteraron de ello sino hasta principios de 1849. Entonces se desató una multitudinaria “fiebre del oro”. La población de California aumentó de 15.000 en 1848, a cerca de 260.000 en 1852. Aunque Estados Unidos abarcaba del Océano Atlántico al Pacífico a finales de la década de 1840, la vasta regiín comprendida entre el valle del Mississippi y la porción occidental de las Montañas Rocosas estaba casi deshabitada. Los millares de personas que se dirigían al oeste, rumbo a California y Oregon, la consideraban como un lugar de paso, difícil y peligroso. Desde luego, no sentían que aquella región fuera adecuada pare radicarse en ella.
Esa forma de pensar cambió en la década de 1860, cuando se empezó a construir un ferrocarril hacia el oeste cruzando todo el continente. Algunos comprendieron que era posible criar ganado muy económicamente en “el mar de hierba” y enviar las reses por ferrocarril a los mercados del este del país. Se permitía que el ganado pastara libremente en las praderas y, una vez al año, los animales eran reunidos por los vaqueros. Los ranchos ganaderos quedaron delimitados y surgieron algunas ciudades en la ruta del ferrocarril. En esa etapa fueron exterminadas las grandes manadas de búfalos.
Desde luego, los indígenas de las llanuras resintieron amargamente la llegada de los blancos y la pérdida de las manadas de búfalos. Por eso contraatacaron y, aunque ganaron algunas batallas, la suya era a la larga, una causa perdida. Hacia el final del siglo XIX las tribus quedaron diseminadas y tuvieron que vivir en reservaciones del gobierno. Cuando los indígenas y los búfalos desaparecieron de las Grandes Praderas llegó otro grupo, formado principalmente por pequeños agricultores para competir con los ganaderos.
Desde 1862 hasta 1900 el gobierno de Estados Unidos ofreció 65 hectáreas de tierra a cada familia que accediera a vivir en la región durante cinco años y mejorarla. La propiedad se registraba mediante el pago de una módica suma. Cada parcela de 65 hectáreas se llamaba “finca familiar”, y los agricultores que vivían en ella “colonos”.
Desde el principio hubo conflictos entre los ganaderos y los agricultores, pues representaban dos formas distintas de vida. Los ganaderos y los vaqueros consideraban que las haciendas familiares eran un desperdicio de buenos pastizales. Al principio era frecuente que las cosechas de los colonos fueran devoradas o pisoteadas por el ganado que pastaba libremente, por lo cual aquellos empezaron a cercar sus tierras con alambre de púas. Esto agravó los conflictos con los ganaderos, sobre todo cuando algún manantial quedaba dentro de la cerca.
A su tiempo, ganaderos y agricultores aprendieron a convivir; sin embargo, la explotación que ambos hicieron de la tierra casi acabó con ésta. A diferencia de las manadas de búfalos en el pasado, el ganado se alimentaba de la hierba a ras del suelo. La agricultura resultaba aún más difícil en las praderas. La labranza dejaba al descubierto la tierra suelta y, en épocas de sequía, los fuertes vientos de las praderas esparcían por el aire la tierra seca y polvorienta. Después de una sequía prolongada, en los años treinta, las tormentas de polvo fueron frecuentes. Siguiendo una antigua tradición fronteriza, muchos habitantes de los estados de las planicies del sur abandonaron sus granjas y emigraron al oeste. Sin embargo, la época de la frontera había concluido; ya no había tierra disponible. Muchos que llegaron a California durante los años denominados “dustbowl” por el polvo de la sequía, tuvieron que trabajar como empacadores de fruta en granjas.
La necesidad de la conservación
La experiencia fronteriza de avanzar al oeste y abrir nuevos horizontes dio lugar a varias tradiciones norteamericanas: una fue la independencia, confianza en sí mismos y gran ingenio; por desgracia, otra fue la costumbre de desperdiciar los recursos naturales. La tierra, el agua, la madera y los animales silvestres parecían tan abundantes que la gente de la frontera los consideró inagotables. Por mucho tiempo fue mís fácil y barato abandonar la tierra de cultivo agotada que rehabilitarla pare el uso productivo. Sin embargo, no todos los norteamericanos piensan así. Desde el antiguo período colonial, muchos de ellos han abogado por la protección de los bosques, lagos y ríos, por el uso cuidadoso de las tierras labrantías. Incluso el jóven George Washington, como agrimensor de Virginia, fue uno de los primeros pioneros de la conservación. La necesidad de conservar los recursos se volvió especialmente urgente a mediados del siglo XIX. Las manadas de búfalos desaparecían rápidamente y lo mismo ocurría con muchos otros animales silvestres, como lobos, palomas silvestres, focas, y nutrias marinas. Los bosques estaban siendo devastados por los leñadores y los incendios; los ríos y los lagos obstruidos y contaminados con los desperdicios de aserraderos y de las minas.
Varios naturalistas hicieron un llamado al pueblo y al gobierno de Estados Unidos para salvar la herencia natural del país. Entre ellos se destacó John Muir (1838-1914) quien nació en Escocia y recorrió todo el oeste norteamencano estudiando y describiendo las maravillas naturales de su patria adoptiva. Además, realizó vigorosas campañas instando a hacer un esfuerzo nacional pare salvar esas maravillas naturales en bien de las generaciones futuras. En gran parte gracias a sus esfuerzos algunas tierras vírgenes fueron reservadas como parques públicos. El primero de estos fue el de la Concesión Yosemite en California, el cual es un hermoso valle rodeado de riscos y picachos. Allí crecen los gigantescos árboles secuoya y otras plantas raras. Yosemite fue declarado parque nacional en 1890, pero no fue el primero en su género: ese honor le correspondió a Yellowstone, una extensión de un millón de hectáreas de tierras vírgenes que fue declarada parque nacional en 1871.
El Presidente Theodore Roosevelt, quien conocía y amaba la inmensa belleza vírgen del oeste norteamericano, empezó a luchar por la conservación en cuanto asumió el cargo en 1901. Entre los logros más importantes del gobierno de Roosevelt figuraron exhaustivas disposiciones para conservar los recursos naturales de la nación. Muchos parques y bosques nacionales fueron preservados después de 1901, y se fundó el Servicio de Parques Nacionales en 1916 para administrarlos. El sistema de parques nacionales es un ejemplo en materia de conservación, el cual ha sido imitado por muchos países del mundo.
Surgieron así muchos grupos y dependencias gubernamentales para reglamentar y restaurar la fauna silvestre, conservar el suelo y el agua, y administrar los recursos piscícolas. Sin embargo, aunque la mayoría de los norteamericanos se han comprometido a luchar por la conservación, persiste un legítimo debate para establecer el equilibrio adecuado entre la conservación y el desarrollo de los recursos naturales del país a fin de promover el bienestar económico nacional y la autosuficiencia en el renglón energético.
En www.canaldelinmigrante.com podrás encontrar centenares de informes como éste, con orientación valiosa para alegrar y mejorar tu vida.